jueves, 19 de septiembre de 2013
martes, 17 de septiembre de 2013
Precios, especulación y guerra económica. Diez claves.
Precios, especulación y guerra
económica. Diez claves.
Luís Salas Rodríguez
Sur-versión
1. La inflación no es una distorsión
de los mercados. Es una operación de transferencia de los ingresos y de la
riqueza social desde un(os) sector(res) de la población hacia otro(s) por la
vía del aumento de los precios. En lo fundamental, esta transferencia se
produce desde los asalariados hacia los empresarios, pero también desde un
fracción del empresariado hacia otra fracción de los mismos. O dicho de manera
más clara: en la inflación se expresa la lucha de fracciones o sectores
empresariales (en especial los más concentrados) por incrementar sus ganancias
a costa del salario de los trabajadores (es decir, de la mayoría de la
población) pero también con cargo a las ganancias de otros sectores
empresariales en especial los pequeños, medianos y menos concentrados.
Adicionalmente, tal y como ocurre actualmente en Argentina o como ocurrió
durante el gobierno de Salvador Allende, la inflación se usa como herramienta
de lucha política. Para presionar a gobiernos, imponer intereses o simple y
llanamente conspirar desesperando a la población, desmoralizándola y atizando
el odio en la misma al confrontarla entre ella. Es por este motivo que en los
casos en que se le utiliza abiertamente como herramienta de lucha política el
correlato es la escasez: es la condición necesaria para imponer la
lógica de la sobrevivencia del más fuerte, que en este caso se expresa a través
del que tiene más plata al momento para comprar o el que llega más rápido y se
lleva toda la existencia en una especie de saqueo organizado. La inflación es
el correlato económico del fascismo político.
2. Una de las primeras conclusiones
que se pueden sacar de lo anterior es que no tiene mucho sentido seguir
hablando de “inflación y escasez” cuando de lo que estamos hablando es de
especulación, usura y acaparamiento. Pero la diferencia entre los términos no
es solo nominal: es de sentido. En el primer caso, pareciera como
si tales cosas ocurren de manera accidental y no deseada, más allá de la
voluntad de los comerciantes quienes según las teorías dominantes se reducen a
ser “tomadores de precios”, o en última instancia, reaccionan racionalmente
ante las amenazas de la irresponsable intervención estatal. Pero en el segundo
caso queda en evidencia el conflicto poder involucrado en la dinámica de la
formación de precios. No se trata de accidentes ni de desequilibrios si no de
prácticas deliberadas puestas en función de propósitos deliberados. Claro
que cuando estas prácticas se producen tienden a reproducirse más allá de sus
responsables inmediatos y se generalizan. De tal suerte, el pequeño o mediano
comerciante afectado por los precios impuestos por el proveedor oligopólico
necesariamente sube los suyos pues de los contrario correrá el riesgo de sufrir
pérdidas. Pero también pasa que pequeños comerciantes especulan incluso
muy por encima de las grandes empresas aprovechándose de sus vecinos y
conocidos, tal y como somos testigos tanto en zonas rurales como populares pero
también en zonas urbanizadas.. Esto último es uno de los efectos más perversos
de las prácticas especulativas y acaparadoras como estrategia de captación de
ganancias extraordinarias, y a su vez, una de las razones por las cuales es tan
difícil combatirlas
3. El problema del aumento de los precios
en nuestro país, así como los conexos de especulación y el acaparamiento, no
podrán solucionarse satisfactoriamente, en términos justos y definitivos
mientras no se cambie la manera unilateral e interesada de ver dichos asuntos,
esta es: la teoría económica transformada en sentido común y expresada
con distintos grados de intensidad tanto por ciertas izquierdas como por
derecha según la cual dicho aumento de precios consiste en un problema
inflacionario derivado particularmente de la intervención del Estado en el
libre juego de la oferta y la demanda en medio de mercados que, por su propia
naturaleza, tendería al equilibrio si se elimina dicha intervención. Dicho
en otras palabras, lo que sostengo para el caso de la economía es lo mismo que
todo médico (y también todo paciente) sabe que aplica para el caso de la
medicina: si se falla en el diagnóstico necesariamente se falla en el
tratamiento, de modo tal que se corre el riesgo no solo de no curar la
verdadera enfermedad sino de agravarla al tiempo que se causan males
secundarios debidos a la aplicación de un tratamiento incorrecto. En nuestro
caso, el mal diagnóstico comienza cuando se habla de “inflación” para referirse
al problema de los altos precios de los bienes y servicios. Y sigue cuando se afirma
que dicho problema es causado por la intervención del Estado –bien controlando
los precios, bien aumentando unilateralmente los salarios, bien subsidiando los
productos o bien emitiendo dinero para aumentar ficticiamente la demanda (el
clásico tema del Estado populista que “regala” el dinero a los pobres a través
de becas, etc.)- en medio de una realidad que sería armónica de no mediar dicha
intervención. El lugar del paciente más que “la economía venezolana” en
términos abstractos aquí lo ocupan los consumidores (que a su vez son
trabajadores asalariados en su gran mayoría, o pequeños productores y
comerciantes que se ven espoleados por los más grandes) que deben cobrar mayor
conciencia no sólo de que el conocimiento de los males que lo afectan es condición
esencial para iniciar la recuperación y eliminar los padecimientos, sino que su
papel debe ser más activo para que sea efectiva dicha recuperación.
4. El afirmar que la inflación se
debe a un desbalance entre producción y consumo, siendo que este último
sobrepasa la capacidad de la primera, es repetir una matriz tanto falsa como
peligrosa. Si este último fuese el caso entonces en Venezuela hubiese
hiperinflación desde los años cincuenta porque desde mediados de aquella década
tal desfase existe en mayor o menor grado. Pero además, aunque bien es cierto
que dicha brecha es propiciadora de la subida de los precios no explica por qué
suben, pues en última instancia lo que lo explica es que en situaciones como
esas los vendedores aprovechan para aumentar sus márgenes de ganancias a
costilla de los compradores. El que eso parezca normal es precisamente el mejor
indicador del problema, en el sentido de la manera cómo se naturaliza la
práctica capitalista. Lo que quiero decir es que en una situación de
escasez –real o ficticia, accidental o provocada- o donde la demanda de la
población está muy por encima de la capacidad de satisfacerla bien por la
producción interna o bien por las importaciones, no supone de suyo que los
precios aumenten. Los precios aumentan no por la escasez en sí misma si no por
las relaciones en medio de las cuales se producen que, en el caso de las
economías capitalistas están mediadas por el afán de lucro individual a través
de la explotación del otro -el egoísmo, tal y como lo llamó bien temprano Adam
Smith o la “maximización de los beneficios”, tal y como lo dirían más tarde
elegantemente los utilitaristas y neoclásicos. Ese egoísmo y el marco de
competencia sobre el cual se da es lo que lo propicia y explica.
5. La inflación no existe: en la vida real, esto es, cuando
una persona va a un local y se encuentra con que los precios han aumentado no
está en presencia de una “inflación”. En realidad, lo que tiene al frente es
justamente eso: un aumento de los precios, problema del cual la
inflación en cuanto teoría y sentido común dominante se presenta como la única
explicación posible cuando en verdad es tan solo una y no la mejor. Se presenta
como la única posible porque es la explicación del sector dominante de la economía
en razón de la cual se la impone al resto. En tal sentido, debemos ver cómo se
forma y cómo funciona esta idea, pero sobre todo qué cosa no nos muestra, qué
cuestiones claves no nos deja ver ni nos explica tras todo lo que dice
mostrarnos y explicarnos como obvio.
6. El control de precios en los mercados
es un falso problema porque en los mercados los precios siempre están
controlados: en
realidad, cuando los economistas se refieren al control de los precios como
problema se están refiriendo al control de precios del Estado. Para la mayoría
de ellos, debe dejarse que el “libre juego” de la oferta y la demanda se
realice y autorregule los mercados. Sin embargo, en la única economía donde esa
autorregulación funciona es en la de los manuales con que estudiaron dichos
economistas. En un mercado suele suceder que los precios son impuestos por los
productores y los ofertantes. Y en el caso venezolano eso es todavía más cierto
dadas las condiciones oligopólicas y monopólicas de producción y comercialización.
En este sentido, la opción al que el Estado controle los precios es que los
precios sean controlados por los comerciantes y los productores, los cuales
dadas las asimetrías correspondientes tenderán –como viene ocurriendo en la
práctica más allá de la regulación- a imponerle al consumidor condiciones que
van en desmedro de sus intereses. Por lo demás, argumentar que hay que
eliminar un control de precios porque es malo, no cumple con su cometido, hace
que suban más los precios, que se cree un mercado negro, el contrabando o la
fuga de divisas, es tan absurdo como decir que hay que eliminar el código penal
o las cárceles porque las autoridades no pueden meter a todos los delincuentes
presos o existe impunidad. Nadie en su sano juicio pensaría eso. Si el control
de precios no funciona o tiene fallas hay que mejorarlo pero no quitarlo pues
quitarlo no soluciona el problema. Si el Estado no controla los precios los
precios seguirán siendo controlados y nunca existirán mercados perfectamente
equilibrados por la “mano invisible” del mercado. Eso ya lo sabía el mismísimo
Adam Smith. Los precios serán impuestos por los productores y comercializadores
tácita o concertadamente en perjuicio de los consumidores. La metáfora de la
mano invisible inventada por Adam Smith y abusada por los economistas vulgares
sólo sirve para invisibilizar las manos de quienes en verdad controlan y
regulan la producción y comercialización de bienes y por tanto los precios.
7. En nuestro país el problema
de los precios no comenzó hace 14 años. Y en honor a la verdad tampoco empezó con los adecos o
el puntofijismo, sino que forma parte de una característica intrínseca al tipo
de capitalismo desarrollado a partir de la llegada del petróleo. Lo que se
quiere decir en términos generales es que la economía capitalista venezolana se
ha caracterizado a lo largo de su historia por tener precios altos, lo cual se
ha traducido en las tasas históricamente altas de acumulación y distribución
desigual del ingreso observadas en nuestro país
8. El problema de los precios, dado
lo anterior, deriva de un problema: el de la creación, distribución y acumulación de la riqueza una vez
creada. Los precios altos no son un indicador de mercados distorsionados, es la
expresión de la lucha de clases dentro de la sociedad capitalista venezolana.
9. El control de precios por sí solo no
elimina el problema.
Es necesario pero no suficiente y de hecho puede agravarlo sino se toman
medidas complementarias al nivel de la producción (aumentar la oferta de bienes
y servicios producidos y ofertados), pero también cambiar las relaciones de
producción para evitar que la acumulación y la ganancia sigan determinando a
las relaciones entre las personas. Sustituir la acumulación individual y la
explotación como principio organizador de lo económico y social por un modelo
productivo basado en la lógica de lo común, lo cual por cierto también incluye
la creación de un novedoso y sistema bancario, financiero y de
intermediación distinto al privado pero también la público, que debería erigirse
a partir de la experiencia de la banca comunal con un doble propósito: por una
parte, financiar y reproducir el “socialismo productivo”; pero por la otra
reducir y al largo plazo evitar que la renta petrolera, el presupuesto público
en general y los propios recursos “hechos en socialismo” sigan drenando al
capital financiero y comercial aumentando las condiciones de desigualdad,
atrofia y concentración que caracterizan a nuestra economía y por tanto a
nuestra sociedad.
10. La guerra económica no es
contra el gobierno, es contra la población toda. Conspirar a través de lo
económico contra el gobierno es un pre-requisito necesario para la burguesía
nacional y transnacional en vista de profundizar su guerra estructural y
mucho más prolongada contra la población trabajadora. Es decir, la guerra
contra el gobierno es una guerra derivada de la guerra originaria, la que
involucra a los capitalistas contra los asalariados, en la medida en que la
política económica del chavismo se ha basado en una distribución más equitativa
del ingreso al tiempo que ha excluido a la burguesía del control del Estado,
aspecto este clave para su práctica histórica de acumulación de capitales en
cuanto el capitalismo en Venezuela se desarrolló históricamente como un
capitalismo de y desde el Estado. En tal virtud, no es solo el gobierno el
responsable de enfrentarla y ganarla sino la población toda, incluso aquella
que no comulga con el actual gobierno pero que igual se ve afectada. Ganar esta
guerra significaría avanzar un poco más en vista a crear una economía más
democratizada y menos sujeta al malandreo de los pranes (viejos y nuevos) que
durante décadas han usufructuado la riqueza nacional y mundial.
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