domingo, 24 de febrero de 2013

Manifesto por una huelga de la deuda


Manifesto por una huelga de la deuda


Occupy #5

A continuación publicamos este interesante Manifesto por una huelga de la deuda (‘Strike Debt Manifesto’), lanzado por el movimiento #Occupy de EE.UU. Original inglés extraído de n+1 magazine, monográfico #Occupy! http://www.nplusonemag.com/Gazette5.pdf.


Traducción castellana adaptada por Marcelo Expósito.


Debemos transformar nuestro fracasado sistema económico que empobrece a millones de personas a la vez que destruye el ecosistema. Usemos tácticas de apoyo mutuo y planes de rescate ciudadano para salvar a las personas del endeudamiento(*). Necesitamos redes y organizaciones vigorosas para una huelga de deuda. Por la abolición de la deuda existente, para reconstruir una sociedad justa donde nos debamos a nosotras mismas lazos de reciprocidad. El 99% se ve forzado a la deuda contraída por el pago de necesidades básicas como la educación, la vivienda y la sanidad, de la que el 1% se beneficia. Nos hemos dejado oprimir por encima de nuestras posibilidades. Somos una ciudadanía en quiebra de personas hipotecadas, docentes, estudiantes, familias. Pero no pagaremos porque no debemos. No debemos nada a los bancos. Nos debemos a nosotras mismas.

Los argumentos básicos para una huelga de deuda son los siguientes:

1. ‘YOU ARE NOT A LOAN’. NI ESTÁS SOLA NI TU VIDA ES UN PRÉSTAMO
La deuda no es personal, es política. Nos aisla, aterroriza y somete. El miedo a la insolvencia impide desafiar la deuda públicamente. El sistema de individualización de la deuda es inmoral. Es una forma de esclavitud. Se nos fuerza a pagar deudas infinitamente y se nos

avergüenza cuando no podemos afrontarlas. Hemos de vender el tiempo y el alma para conseguir trabajos que no queremos tan sólo para poder pagar los intereses al banco. Ahora que la deuda está descontrolada, ya hay quienes nos avergonzamos de endeudar a otros. A los profesionales de cualquier tipo se nos convierte en instrumentos para atraer más víctimas hacia los tiburones de la deuda. Una huelga de deuda es una huelga de miedo para superar la vergüenza y poner fin al aislamiento. Cuando hacemos huelga a la deuda lo hacemos juntas, creando la posibilidad de imaginarnos como colectividades no reductibles al cálculo numérico. No abdicamos de nuestras responsabilidades. Al contrario, ejercemos nuestro derecho a rechazar la injusticia.


2. VIVIMOS EN UNA SOCIEDAD DE LA DEUDA BAJO LA PRISIÓN DEL ENDEUDAMIENTO
Las cifras de endeudamiento estudiantil, bancarrotas familiares por deudas a la sanidad privada, desalojos por impago de hipotecas o alquileres… son escalofriantes en todo el mundo. Los intereses de las deudas por el uso de tarjetas de crédito generan ganancias astronómicas para los bancos. El endeudamiento permanente es la característica principal de las sociedades que vivimos bajo el neoliberalismo. El sistema represivo (cárcel, control policial, presión fronteriza), la segregación social (racial, cultural, sexual) y la servidumbre deudora se refuerzan recíprocamente. Este sistema está diseñado para desempoderar y dividir a las personas. La represión hasta el encarcelamiento por endeudamiento golpea a las de abajo pero nunca a los que arriba se benefician de nuestro sometimiento y son responsables de la agudización de la crisis y de las bancarrotas del sistema económico. Sus deudas las pagamos nosotras.

3. HAY UNA HUELGA DE DEUDA EN MARCHA
Algo sucede en nuestra sociedad de la deuda. Quienes estudian no alcanzan a pagar sus préstamos. Los débidos de tarjetas bancarias son irremontables. Los desalojos por impago de hipotecas o alquileres se extienden. Las personas empiezan a decidir que no pueden pagar sus deudas. Comienzan a actuar por necesidad y desesperación. Pero también por algo más. ¿Cómo lo podemos llamar? Rechazo. Huelga de deuda. Si el desempleo crece, los sindicatos siguen derrotados y aumenta la inseguridad laboral, puede que nuestro descontento no se pueda expresar sólo mediante huelgas laborales. Podemos además rehusar pagar. Construyamos un movimiento de deudores junto al movimiento obrero. Quienes no pueden hacer huelga laboral sí pueden construir redes de apoyo mutuo entre deudores, hasta abolir la deuda.

4. HACER HUELGA A LA DEUDA CONSISTE EN VIVIR UNA VIDA PROPIA EN LUGAR DE OTRA BAJO PRÉSTAMO
Rechazamos hipotecar nuestras vidas. No aceptamos el cálculo impuesto sobre nuestras deudas. El cálculo según el cual ‘no nos podemos permitir’ sostener el sistema de bienestar en nuestras sociedades porque debemos pagar eternamenente a los bancos lo que supuestamente debemos y más. Ni siquiera conocemos cuánto consideran que debemos, qué debemos, en concepto de qué debemos. Debemos forzar auditorías sobre la socialización de las deudas privadas contraídas por la banca privada y las políticas públicas efectuadas a espaldas de la ciudadanía (**). Cuestionemos el dominio del mercado sobre todos los aspectos de nuestra vida social y cultural. Abolamos la trayectoria de vida que comienza con la asunción de deudas incluso antes de nacer y finaliza con una contabilidad postmortem. Contra el capitalismo mafioso, construyamos un mundo social en el que nos tratemos como seres humanos que reconocen sus diferencias y rechazan el mito del crecimiento económico ilimitado que destruye la posibilidad futura de la vida sobre este planeta.

5. RECLAMAMOS LA ABOLICIÓN DE LA DEUDA Y UNA RECONSTRUCCIÓN ECONÓMICA Y SOCIAL
Se dice que es imposible abolir la deuda. ‘¡Hay que devolver lo adeudado!’. No si eres una corporación, un banco, una gran empresa de servicios o una nación con verdadera soberanía. Entendemos que el sistema de la deuda es el corazón del capitalismo financiero. Dicho sistema beneficia a los de arriba. La cuestión entonces no es ‘si’ la deuda se debe abolir, sino a quiénes no se debe pagar. Bancos, naciones estado y multinaciones han visto sus deudas ’reestructuradas’. Es decir, que el pueblo las pague. Se nos quiere someter a un pago continuo por deudas que no hemos contraido. Las deudas que se atribuyen al pueblo en cuyo nombre se tomaron ciertas decisiones sin consulta, deben ser abolidas. Entonces podremos empezar a reconstruir, transformando las condiciones que crean la espiral destructiva del endeudamiento personal. El dinero debe destinarse de inmediato a asegurar las condiciones básicas para la vida de todas las personas: vivienda, educación, salud y cuidados. Al contrario, en todo el mundo se usa la deuda para justificar el recorte de estos servicios. Entendemos que el endeudamiento ilegítimo de los gobiernos no deben pagarlo las personas con su bienestar. El problema no es que nuestras ciudades y países estén arruinados, sino que los servicios públicos están siendo esquilmados. El ‘Welfare State’ (estado del bienestar) se convierte en un ‘Debtfare State’ (estado de endeudamiento). Necesitamos un nuevo contrato social que sitúe el bienestar en el centro de nuestra organización social, que asegure derechos universales a través también de la ayuda mutua. La crisis no puede convertirse en endeudamientos personales de por vida.

lunes, 11 de febrero de 2013

Te invitamos al 1er FESTIVAL DE IDEAS PRODUCTIVAS de Caracas


Te invitamos al 1er FESTIVAL DE IDEAS PRODUCTIVAS de Caracas


Sábado 16 de febrero
Hora: desde el medio día (para compartir desde el almuerzo)
Lugar: Ateneo Popular de Los Chaguaramos.

El Festival de Ideas Productivas es un espacio formativo sustentado en el intercambio de saberes. Ser prosumidor o prosumidora es asumirnos y reconocernos con la capacidad no sólo de consumo sino también de producción.

En este Festival trabajaremos algunos saberes, para potenciarnos como prosumidores y prosumidoras, y que todas y todos reconozcamos los saberes y servicios que podemos aportar, para la creación y consolidación de un sistema de economía basado en el reconocimiento de nuestras necesidades y no en lo que el mercado nos  invita a consumir.

Los talleres que tenemos para ofrecer son:

- Reutilización de material de desecho
- Agroecología urbana.
- Serigrafía.
- Reutilización de pancartas.
- Elaboración de granola

Como es de construcción colectiva, puedes traer materiales para trabajar:

·        Botellas de plástico de distintos colores y tamaños, cierres de distintos tamaños y colores, bisutería que consideres para desecho, botones, cajas para repotenciar, afiches de papel, rollo de cartón de papel higiénico.
·        Bandejas plásticas, botellas de plástico de dos y de cinco litros, guacales y paletas.
·        Franela o telas para ser estampadas.
·        Pancartas o pendones de vinil.
·        Avena, maní, almendras, avellanas, nueces, frutos secos, macedonias, ajonjolí, papelón, canela, para hacer granola.

 Confirma por esta vía que quieres asistir y con qué materiales puedes apoyar

"En deuda”. Una historia alternativa de la economía - David Graeber (libro)


"En deuda”. Una historia alternativa de la economía - David Graeber



Título original: "DEBT: The first 5.000 Years"
Autor: David Graeber
Fecha de publicación:  2012
Editorial en español: Ariel

"De la mano de David Graeber, antropólogo y líder del movimiento Occupy Wall Street, llega este libro provocador, sugerente e incisivo que desmonta muchas de las creencias y aseveraciones que el capitalismo ha logrado convertir en mantra".

El mundo necesita condonar todas las deudas existentes. Tanto las internacionales como la de los consumidores. De esta manera, se “aliviría sufrimiento” y la humanidad recordaría que el “dinero no es inefable”, que “pagar los propias dedudas no es la esencia de la moralidad” y que la democracia es el sistema que permite a las personas ponerse de acuerdo para buscar lo mejor para todos. Esta es la “propuesta” que lanza el antropólogo estadounidense David Graeber, líder del movimiento Occupy Wall Street, en el ensayo En deuda, una historia alternativa de la economía (Ariel) [ Debt: The First 5000 Years ].

La propuesta de Graeber, doctor en Antropología y profesor del Goldsmiths de Londres, no es producto de una genialidad propia, siquiera de una observación de la realidad económica del mundo occidental, sumido en una grave crisis de deuda desde 2008. Graeber repasa la historia de la economía mundial desde la antigua Mesopotamia hasta la actualidad a lo largo de 516 de páginas, en las que reexamina los orígenes de diferentes mitos y aseveraciones que el sistema ha convertido en verdades indiscutibles como el origen del capitalismo o el propio concepto de deuda.

La premisa que da lugar al análisis de la historia económica es contundente. Tras la explosión de la crisis en 2008 quedó patente que “la historia que se había contado a todo el mundo durante la última década se había revelado como una inmensa mentira”. Por lo que Graeber considera imprescindible iniciar un “auténtico debate público acerca de la naturaleza de la deuda, del dinero y de las instituciones financieras que han acabado teniendo el destino del mundo en sus manos”. Un debate indispensable en las puertas de un cambio de era, según Graeber. “Cada vez más, parece que no tenemos otra opción”, asevera. 

Alejandro Torrús


INDICE

Capítulo 1... De la experiencia de la confusión moral
Capítulo 2...El mito del trueque
Capítulo 3...Deudas primordiales
Capítulo 4... Crueldad y redención 
Capítulo 5.... Breve tratado sobre las bases morales de las relaciones económicas 
Capítulo 6... Juegos con sexo y muerte
Capítulo 7... Honor y degradación, o las bases de la civilización contemporánea. 
Capítulo 8... Crédito contra lingote y los ciclos de la historia
Capítulo 9... La Era Axial (800 a C - 600 dC)
Capítulo 10....La Edad Media (600-1.450)
Capítulo 11....La era de los grandes imperios capitalistas (1450-1971)
Capítulo 12.... (1971 - Inicio de algo aún por determinar)

"Uno debe pagar sus deudas". La razón por la que esta frase es tan poderosa es que no se trata de una declaración económica: es una declaración moral

David Graeber



Fragmento

Hace dos años, por una serie de extraordinarias coincidencias, asistí a una fiesta en el jardín de la Abadía de Westminster. Me sentía un poco incómodo. No es que los demás invitados no fueran agradables y amistosos, ni que el padre Graeme, organizador del acontecimiento, no fuera un anfitrión encantador y amable. Pero me encontraba fuera de lugar. En cierto momento el padre Graeme intervino para decirme que había alguien, cerca de una fuente cercana, a quien me gustaría conocer. Resultó ser una joven esbelta e inteligente que, según me explicó, era abogada, «pero del tipo activista. Trabaja para una fundación que proporciona apoyo legal para los grupos que luchan contra la pobreza en Londres. Creo que tendrán ustedes mucho de qué hablar».

Y conversamos. Me habló de su trabajo. Le conté que durante años había estado implicado en el movimiento global por la justicia social («movimiento antiglobalización», como estaba de moda llamarlo en los medios de comunicación). Ella sentía curiosidad. Por supuesto, había leído mucho acerca de Seattle, Génova, los gases lacrimógenos y las batallas callejeras, pero... bueno, ¿habíamos conseguido algo con todo eso?
«En realidad», repliqué, «es asombroso todo lo que conseguimos en aquellos dos primeros años».

«¿Por ejemplo?»

«Bueno, por ejemplo casi conseguimos destruir el FMI.» Resultó que ella desconocía lo que era el FMI, de modo que le expliqué que el Fondo Monetario Internacional actuaba básicamente como el ejecutor de la deuda mundial: «Se puede decir que es el equivalente, en las altas finanzas, a los tipos que vienen a romperte las dos piernas».

Me lancé a ofrecerle un contexto histórico, explicándole cómo, durante la crisis del petróleo de los 70, los países de la OPEP acabaron colocando una parte tan grande de sus recién descubiertas ganancias en los bancos occidentales que éstos no sabían en qué invertir el dinero; de cómo, por tanto, Citibank y Chase comenzaron a enviar agentes por todo el mundo para convencer a dictadores y políticos del Tercer Mundo de acceder a préstamos (en aquella época lo llamaban go-go banking); cómo estos préstamos comenzaron a tipos de interés extraordinariamente bajos sólo para dispararse casi inmediatamente a tipos de más del 20 por ciento por las estrictas políticas de EE.UU. a principios de los 80; cómo esto llevó, durante los años 80 y 90, a la gran deuda de los países del Tercer Mundo; cómo apareció entonces el FMI para insistir en que, a fin de obtener refinanciación de la deuda, los países pobres deberían abandonar las subvenciones a los alimentos básicos, o incluso sus políticas de mantener reservas de alimentos; así como la sanidad y la educación gratuitas; y cómo todo esto había llevado al colapso y abandono de algunas de las poblaciones más desfavorecidas y vulnerables del planeta. Hablé de pobreza, del saqueo de los recursos públicos, del colapso de las sociedades, de violencia y desnutrición endémicas, de falta de esperanzas y de vidas rotas.

«Pero ¿cuál era tu posición?», preguntó la abogada. «¿Acerca del FMI? Queríamos abolirlo.»

«No, acerca de la deuda del Tercer Mundo.»

«También la queríamos abolir. La exigencia inmediata era que el FMI dejara de imponer políticas de ajuste estructural, que eran las que causaban el daño inmediato, pero resultó que lo conseguimos sorprendentemente rápido. El objetivo a largo plazo era la condonación. Algo al estilo del Jubileo bíblico.* Por lo que a nosotros concernía, treinta años de dinero fluyendo de los países más pobres a los ricos era más que suficiente.»

«Pero», objetó ella, como si fuera lo más evidente del mundo, «¡habían pedido prestado el dinero! Uno debe pagar sus deudas». Fue entonces cuando me di cuenta de que ésta iba a ser una conversación muy diferente de la que había imaginado al principio.

¿Por dónde comenzar? Podría haber comenzado explicando que estos préstamos los habían tomado dictadores no elegidos que habían puesto la mayor parte del dinero en sus bancos suizos, y pedirle que contemplara la injusticia que suponía insistir en que los préstamos se pagaran no por el dictador, o incluso sus compinches, sino directamente sacando la comida de las bocas de niños hambrientos. O que me dijera cuántos de esos países ya habían devuelto dos o tres veces la cantidad que les habían prestado, pero que por ese milagro de los intereses compuestos no habían conseguido siquiera reducir significativamente su deuda. Podría también decirle que había una diferencia entre refinanciar préstamos y exigir, para tal refinanciación, que los países tengan que seguir ciertas reglas del más ortodoxo mercado diseñadas en Zúrich o en Washington por personas que los ciudadanos de aquellos países no habían escogido ni lo harían nunca, y que era deshonesto pedir que los países adopten un sistema democrático para impedir que, salga quien salga elegido, tenga control sobre la política económica de su país. O que las políticas impuestas por el FMI no funcionaban. Pero había un problema aún más básico: la asunción de que las deudas se han de pagar.

En realidad, lo más notorio de la frase «uno ha de pagar sus deudas» es que, incluso de acuerdo a la teoría económica estándar, es mentira. Se supone que quien presta acepta un cierto grado de riesgo. Si todos los préstamos, incluso los más estúpidos, se tuvieran que cobrar (por ejemplo, si no hubiera leyes de bancarrota) los resultados serían desastrosos. ¿Por qué razón deberían abstenerse los prestamistas de hacer un préstamo estúpido?

«Bueno, sé que eso parece de sentido común, pero lo curioso es que, en términos económicos, no es así como se supone que funcionan los préstamos. Se supone que las instituciones financieras son maneras de redirigir recursos hacia inversiones provechosas. Si un banco siempre tuviera garantizada la devolución de su dinero más intereses, sin importar lo que hiciera, el sistema no funcionaría.

Imagina que yo entrara en la sucursal más próxima del Royal Bank of Scotland y les dijera: "Sabéis, me han dado un buen soplo para las carreras. ¿Creéis que me podríais prestar un par de millones de libras?". Evidentemente se reirían de mí. Pero eso es porque saben que si mi caballo no gana no tendrían manera de recuperar su dinero. Pero imagina que hubiera alguna ley que les garantizara recuperar su dinero sin importar qué pasara, incluso si ello significara, no sé, vender a mi hija como esclava o mis órganos para trasplantes. Bueno, en tal caso, ¿por qué no? ¿Para qué molestarse en esperar que aparezca alguien con un plan viable para fundar una lavandería o algo similar? Básicamente ésa es la situación que creó el FMI a escala mundial... y es la razón de que todos esos bancos estuvieran deseosos de prestar miles de millones de dólares a esos criminales, en primer lugar.»

No llegué mucho más lejos porque en ese momento apareció un banquero borracho que, tras darse cuenta de que hablábamos de dinero, comenzó a contar chistes acerca de riesgo moral, que de alguna manera no tardaron en convertirse en una historia larga y no especialmente interesante acerca una de sus conquistas sexuales. Me alejé del grupo.

Sin embargo, la frase siguió resonando en mi cabeza durante varios días.
«Uno debe pagar sus deudas.»

La razón por la que es tan poderosa es que no se trata de una declaración económica: es una declaración moral. Al fin y al cabo, ¿no trata la moral, esencialmente, de pagar las propias deudas? Dar a la gente lo que le toca. Aceptar las propias responsabilidades. Cumplir con las obligaciones con respecto a los demás como esperaríamos que los demás las cumplieran hacia nosotros. ¿Qué mejor ejemplo de eludir las propias responsabilidades que renegar de una promesa, o rehusar pagar una deuda?

Me di cuenta de que era esa aparente evidencia la que la hacía tan insidiosa. Era el tipo de frase que hacía parecer blandas y poco importantes cosas terribles. Puede sonar fuerte, pero es difícil no albergar sentimientos intensos hacia asuntos como éstos cuando uno ha comprobado sus efectos secundarios. Y yo lo había hecho. Durante casi dos años viví en las tierras altas de Madagascar. Poco antes de que yo llegara había habido un brote de malaria. Se trataba de un estallido especialmente virulento, porque muchos años atrás la malaria se había erradicado de las tierras altas de Madagascar, de modo que, tras un par de generaciones, la gente había perdido su inmunidad.

El problema era que costaba dinero mantener el programa de erradicación del mosquito, pues exigía pruebas periódicas para comprobar que el mosquito no comenzaba a reproducirse de nuevo, así como campañas de fumigación si se descubría que lo hacía. No mucho dinero, pero debido a los programas de austeridad impuestos por el FMI, el gobierno había tenido que recortar el programa de monitorización. Murieron diez mil personas. Me encontré con madres llorando por la muerte de sus hijos. Uno puede pensar que es difícil argumentar que la pérdida de diez mil vidas humanas está realmente justificada para asegurarse de que Citibank no tuviera pérdidas por un préstamo irresponsable que, de todas maneras, ni siquiera era importante en su balance final. Pero he aquí a una mujer perfectamente decente, una mujer que trabajaba en una fundación caritativa, nada menos, que pensaba que era evidente. Al fin y al cabo, debían el dinero, y uno ha de pagar sus deudas.

***

Durante las semanas siguientes la frase seguía acudiendo a mi pensamiento. ¿Por qué la deuda? ¿Qué hace que este concepto sea tan extraordinariamente poderoso? La deuda de los consumidores es la sangre de nuestra economía. Todos los estados-nación modernos están construidos sobre la base del gasto deficitario. La deuda se ha erigido en tema central de la política internacional. Pero nadie parece saber exactamente qué es ni qué pensar de ella.

El mismo hecho de que no sepamos qué es la deuda, la propia flexibilidad del concepto, es la base de su poder. Si algo enseña la historia, es que no hay mejor manera de justificar relaciones basadas en la violencia, para hacerlas parecer éticas, que darles un nuevo marco en el lenguaje de la deuda, sobre todo porque inmediatamente hace parecer que es la víctima la que ha hecho algo mal. Los mafiosos comprenden perfectamente esto. También los comandantes de los ejércitos invasores. Durante miles de años los violentos han sabido convencer a sus víctimas de que les deben algo. Como mínimo, que «les deben sus vidas», una frase hecha, por no haberlos matado.

Hoy en día, por ejemplo, la agresión militar está tipificada como crimen contra la humanidad, y los tribunales internacionales, cuando se los convoca, suelen exigir a los agresores el pago de una compensación. Alemania tuvo que pagar enormes indemnizaciones tras la Primera Guerra Mundial, e Irak aún está pagando a Kuwait por la invasión militar de Sadam Hussein en 1990. Sin embargo, la deuda del Tercer Mundo, la de países como Madagascar, Bolivia y Filipinas, parece funcionar de manera exactamente opuesta. Los países deudores del Tercer Mundo son casi exclusivamente naciones que en algún momento fueron atacadas y conquistadas por las potencias europeas, a menudo las potencias a las que deben el dinero.

En 1895, por ejemplo, Francia invadió Madagascar, depuso el gobierno de la entonces reina Ranavalona III y declaró el país colonia francesa. Una de las primeras cosas que hizo el general Gallieni tras la «pacificación», como les gustaba llamarla, fue imponer pesados impuestos a la población malgache, en parte para poder pagar los gastos generados por haber sido invadidos, pero también, dado que las colonias tenían que ser autosuficientes, para sufragar los costes de la construcción de vías férreas, carreteras, puentes, plantaciones y demás infraestructuras que el régimen francés deseaba construir. A los contribuyentes malgaches nunca se les preguntó si querían aquellas vías férreas, carreteras, puentes, y plantaciones, ni se les permitió opinar acerca de cómo y dónde se construían.

Al contrario: durante el siguiente medio siglo, la policía y el ejército francés masacraron a un buen número de malgaches que se opusieron con demasiada fuerza al acuerdo (más de medio millón, según algunos informes, durante una revuelta en 1947). Madagascar nunca ha causado un daño comparable a Francia. Pese a ello, desde el principio se dijo a los malgaches que debían dinero a Francia, y hasta hoy en día se mantiene a los malgaches en deuda con Francia, y el resto del mundo acepta este acuerdo como algo justo. Cuando la «comunidad internacional» percibe algún problema moral es cuando el gobierno de Madagascar se muestra lento en el pago de sus deudas.

Pero la deuda no es sólo la justicia del vencedor; puede ser también una manera de castigar a ganadores que no se suponía que debieran ganar. El ejemplo más espectacular de esto es la historia de la República de Haití, el primer país pobre al que se colocó en un estado de esclavitud mediante deuda. Haití era una nación fundada por antiguos esclavos de plantaciones que cometieron la temeridad no sólo de rebelarse, entre grandes declaraciones de derechos y libertades individuales, sino también de derrotar a los ejércitos que Napoleón envió para devolverlos a la esclavitud.

Francia clamó de inmediato que la nueva república le debía 150 millones de francos en daños por las plantaciones expropiadas, así como los gastos de las fallidas expediciones militares, y todas las demás naciones, incluido Estados Unidos, acordaron imponer un embargo al país hasta que pagase la deuda. La suma era deliberadamente imposible (equivalente a unos 18.000 millones de dólares actuales) y el posterior embargo consiguió que el nombre de Haití se convirtiera en sinónimo de deuda, pobreza y miseria humana desde entonces.